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Nora toma consciencia de que está atrapada en una rueda económica de la que no puede salir.

Después de 2 años de novios  y trece años de casada con Javi, y con sus dos hijos, Alex de 12 años y Nora de 8 años, Nora vuelve a casa después de haber firmado su divorcio.

Siente un dolor inmenso en su corazón porque estaba muy enamorada de él y no sabe cómo se pudo ir todo al traste.

Ella es fuerte y valiente, como le decía su madre siempre, por lo que,  igual que olvidó a su primer novio, Fran, al que pensaba que no iba a olvidar y después se enamoró y se casó con Javi, sabe que el tema sentimental lo superará.

Lo que ahora le preocupa de verdad con su nueva situación es que tiene dos hijos menores que mantener y con el divorcio su situación económica es muy precaria.

Cuando vivía con sus padres y estudiaba la carrera,  su propósito era el de de todas sus amigas, encontrar un buen trabajo, tener un buen sueldo, casarse, comprarse una casa, pagar la hipoteca, tener hijos, y ser feliz. Esas eran sus aspiraciones y fue cumpliendo sus metas.

Terminó la carrera y al poco tiempo entró a trabajar de administrativa en una empresa. No le pagaban demasiado, alrededor de 1.000 €, quizás no lo que le hubiera gustado, pero suficiente para como “estaban las cosas”, como todo el mundo decía, ya sabes “ya puedes darte con un canto en los dientes con el trabajo que tienes”.

Como su idea era casarse con Javi, en cuanto pudieron, porque él ya llevaba dos años trabajando, se compraron un piso, de segunda mano, pequeño, cerca de sus padres para que si algún día tenían hijos les echaran una mano. Dieron una entrada con lo poco que habían podido ahorrar, firmaron una hipoteca para 25 años, arreglaron el piso, porque la cocina y el baño eran horribles y ya está, se casaron, se fueron de viaje de novios a Mallorca y vivir en su pisito, que  para ellos era como un palacio.   

Con el sueldo de los dos tenían para pagar la hipoteca del piso, la letra del coche, comer, vestir, salir los fines de semana e irse de vacaciones dos veces al año, una a la playa y otra al pueblo de los padres de Nora. Hicieron varios viajes al extranjero y la verdad es que no tenían más aspiraciones, no les faltaba de nada.

Luego vinieron los niños, primero Alex, y luego Martina. Esos fueron los años más felices de su vida y el dinero no era importante para ninguno de los dos.

Sin embargo, ella se cansó de estar en un piso tan pequeño y  antiguo, aunque lo hubieran reformado, y convenció a Javi de que vendieran ese piso para comprarse uno más grande para criar a los niños. Y así hicieron: vendieron ese piso y con lo poco que sacaron después de cancelar la hipoteca pendiente y pidiendo otra hipoteca, se compraron un piso más grande, más moderno, con dos baños, con piscina, trastero y garaje, lo que siempre habían querido.

La letra del piso era más alta que la del otro, la comunidad, el seguro y el IBI también, pero daba igual, ellos lo que querían era estar en un lugar donde mereciera la pena que crecieran sus hijos.

Poco a poco a los dos les iban subiendo los sueldos, pero ellos la verdad, es que no lo notaban, porque también iban subiendo los gastos: primero pañales, biberones, guardería y después colegios, extraescolares, uniformes, comedor, etc.

El caso es que, como todas sus amigas y todos los matrimonios con los que se relacionaban estaban en una situación igual, no le daban mucha importancia.

Bueno, en realidad a ella le parecía muy raro que cuando eran novios y tenían sueldos más bajos vivían mejor que ahora que tenían sueldos más altos. Habían subido su calidad de vida, un piso y un coche mejor y tenían dos hijos, pero en el fondo ella sentía una decepción; francamente, no había estudiado tanto para verse igual que sus padres, limitados por un sueldo y ya renunciando a muchas cosas: le hubiera gustado viajar más, hacer cursos, comprarse más maquillajes, más ropa, más libros, un coche para ella, un piso propio en la playa, pero nada, no podía ser.

Alguna vez que, estando casados, se lo había comentado a Javi, él decía que la vida era así, que se trataba de eso, de trabajar, tener una casa parar dormir, comer, educar a los hijos, pagarles el mejor colegio que se pudiera y si se podía ir a la playa bien, y si no también. Ella no lo veía así y ese tema es uno de los que empezó a distanciarles, aunque había muchos otros temas en los que tenían visiones distintas de la vida y es lo que hizo que su relación acabara con un divorcio.

Pues bien, ahora que Nora se quedaba sola a vivir con sus hijos y ya no iba a tener que dar explicaciones a nadie ni consensuar las decisiones del tipo económico decidió que ella quería otra vida, para ella y sus niños.

Lo primero que decidió es que debía formarse en temas económicos o de finanzas porque no sabía ni por dónde empezar.

Por casualidad (como todo en la vida, que en realidad no son casualidades, sino causalidades) una amiga le recomendó que leyera el libro de Robert Kiyosaki, “Padre rico, Padre pobre” que era muy interesante.

Se lo empezó a leer y no entendía ni la mitad, pero en su primera lectura comprendió lo que ella había vivido. En términos de Kiyosaki, Javi y ella se habían metido en “la carrera de la rata” también conocida como “La ley de Parkinson”, que consiste en ajustar el nivel de vida o gastar en función de lo que se gana. Si ganas 1000 € vives con 1000€, si ganas 1.500 € ajustas tus gastos o necesidades a 1.500 € y si ganas 3.000€ te gastas los 3.000 €

“¡Claro, ahora lo entiendo todo”, por eso nunca nos daba para ahorrar dijo Nora.

Y en ese momento ella tomó la primera gran decisión camino hacia su libertad financiera “ No sé cómo ni cuándo, pero voy a salir de la carrera de la rata, esta noria sin sentido”.

Si te ves reflejado  en esta historia y tú también sientes que estás en la carrera de la rata, y tu decisión es salir de ella, empieza tu propio camino y si te lo propones lo conseguirás.